Navegué como mensajera del tiempo, como alguien que no encuentra su sitio en el universo. Navegué por las estrellas buscándote entre tus sueños, alma pura y corazón de acero. Navegué y tropecé con el hielo. Navegué por el fuego, que me quemó las entrañas, conocí el amor y murió enredado entre tus entrañas. Desperté entre el silencio y la soledad quebró mis pensamientos. Hoy despierto desnudando unos sentimientos que se alzan entre los suburbios de un ala rota. Hoy soy mariposa, hoy soy rosa. Y entre un jardín que evoca libertad, sigo navegando por las tormentas que alientan al mar a volar.
Y en silencio observo la mirada de tu alma pasear por entre los laberintos de una soledad oscura y vacia. Quedan pedazos de sol que intentan iluminar tus sueños y paisajes que se mueren por ser descubiertos. Atravieso la noche y en su corazón, miles de estrellas conforman un sólo pensamiento. Sirenas del ocaso, que navegais sin destino, silenciosas y armoniosas me lleváis por el sendero de vuestro instinto. Y busco mil razones para huir, más siempre me despierta el alba con ganar de sonreír.
Nos guste o no, el tiempo es y será siempre nuestro mejor aliado. Es el antes y después del huracán que azota o acaricia nuestras vidas, la brisa que no esperas y que llega, la respuestas a esas preguntas que somos incapaces de entender en su momento, el porqué de nuestros actos involuntarios que se encarga de unir las piezas necesarias para finalizar el puzzle de nuestra existencia. Nuestro amante desconocido que nos impulsa a revelar nuestros más íntimos secretos en el regazo de su soledad.
El tiempo, el tesoro más preciado que pocos apreciamos y se nos escapa de las manos, el sueño que se desarma poco a poco para volver a ser viento.
Y así en el caos de nuestro silencio, dejamos salir las risas y disfrutar de una tempestad histórica. El frío nos congela hasta la palabras. Y en sus venas los minutos van creando intensos y maravillosos paisajes que realmente son de ensueño.